" No heredamos la Tierra de nuestros padres, sino que la hemos pedido prestada a nuestros hijos"

Chief Seattle (1788-1866)

martes, 12 de abril de 2011

¿Qué has hecho tú para merecer esto?


Cuando hablamos de cambio climático de origen antropogénico nos referimos a cambios en el clima inducidos por el hombre, principalmente desde que se inicio la revolución industrial aproximadamente hacia el 1850. Sin embargo ya antes de la aparición de la agricultura nuestra presencia en el planeta ya se hacía notar.
Nuevos estudios revelan que hace unos 14,000 años los antiguos cazadores de Siberia y Estrecho de Bering ya contribuyeron al calentamiento global. Algún tiempo después del punto álgido de la última glaciación la población de mamuts comenzó a declinar debido a la caza de nuestros ancestros y a cambios naturales relacionados con el clima. La escasa población de herbívoros que siguió a la extinción de mega herbívoros del Pleistoceno favoreció a la expansión de los abedules. Ya que los mamuts, como otros grandes herbívoros, mantenían el bosque alejado de manera similar a como ahora hacen los elefantes en la sabana, arrancando arbustos y abonando el prado con nutrientes de su estiércol. Al disminuir los mamuts los bosques boreales de abedules se expandieron. Y esto tuvo un efecto retro-alimentador (o ‘feedback’) en el medioambiente ya que su cobertura vegetal absorbía más radiación solar con lo cual calentaban el planeta, que a su vez facilitaba el crecimiento de abedules, pinos y otras especies además de  transformar el pasto típico de climas gélidos del que se alimentaba el mamut.
Análisis de polen de abedules depositado en sedimentos del fondo de los lagos de Alaska, Siberia y el Yukón canadiense muestran como la población de abedules se incrementó considerablemente hace 14,000 años (1). Simulando el comportamiento y efecto de los mamuts en la vegetación y comparándolo con el de los elefantes actuales se estima que el 23% del crecimiento de abedules se pudo atribuir en esa época al declive de la población de mamuts y el resto al calentamiento del clima.
Experimentos que modelan y recrean el clima en el pasado estiman que el crecimiento de abedules habría calentado la Tierra más de 0.1 C en tan solo unos pocos de cientos de años. Con lo cual se deduce que la caza de mamuts fue uno de los primeros pasos del hombre empezó a cambiar el clima.
A diferencia de los cambios climáticos que ocurren de manera natural, el cambio climático antropogénico es sin duda es el que más nos preocupa. En primer lugar puesto que es, hasta cierto punto, evitable: nosotros lo causamos, nosotros ‘podemos’ minimizarlo. Y lo pongo entre comillas ya que poder, podemos, otra cosa es que queramos (al tratado de Kioto me remito).
Y segundo porque en función de las emisiones previstas futuras, el crecimiento y tipo de economía (más o menos energía renovable) y las estadísticas de crecimiento de la población mundial podemos predecir con cierto grado de incertidumbre cual será nuestro impacto en los en la atmósfera, y por tanto en la temperatura global, en los próximos años. Previsiones nada halagüeñas, por cierto.
Prácticamente desde la proliferación de la agricultura nuestra influencia en el medioambiente ha sido continua e imparable. Desde la revolución industrial, nuestro grado de dependencia de los combustibles fósiles, como el petróleo y sus derivados, ha ido en aumento alcanzado cotas insospechadas que han empezado a dejarse notar en el clima estos últimos 30 años. El impacto de la globalización y nuestro estilo de vida, principalmente el de los países desarrollados, están desequilibrando el balance energético de la Tierra. En un futuro cercano se teme que se llegue a traspasar cierto umbral a partir del cual el clima puede desestabilizarse y experimentar cambios bruscos irreversibles.
Por esa razón la Comunidad Europea se comprometió a reducir las emisiones de gases invernadero de manera que el aumento de la temperatura mundial no rebase los dos grados centígrados, considerado como umbral peligroso. Aunque pudiésemos restringir este aumento a 2 C, el calentamiento global no frenaría en seco, ya que la Tierra tarda cierto tiempo en reaccionar. Actualmente se cree que el límite de dos grados que se estableció el acuerdo de Copenhague en 2009 no será suficiente para impedir aumentos de temperatura peligrosos. Algunos modelos climáticos (2) muestran ya que aunque el incremento se mantenga a 2C, a efectos locales podría variar de manera que en Europa, América del Norte y Asia, las altas temperaturas durante los días más calurosos dispare la media hasta los 6C!.
A pesar de que este año ha sido frío en muchas partes de Europa, el 2010 ha sido considerado como el  más cálido de los últimos 150 años. En los próximos 30 años el aumento de gases invernadero nos hará considerar las olas de calor como algo normal (3). Cosa que no solo afectara a nuestro medio ambiente, como os podéis imaginar también repercutirá en nuestra salud.
Y es que esos gases invernadero se llaman así porque funcionan de forma similar al plástico de un invernadero: el plástico es la atmósfera que nos protege y calienta, cuantas más capas de plástico añadimos más calentamos el interior. Los tomates somos nosotros, casi 7.000 millones de personas y varios millones de especies de plantas y animales que ya están sufriendo extinciones como consecuencia del calentamiento global.
Para que os hagáis una idea de nuestra contribución cada segundo emitimos 761 toneladas solo de CO2 a la atmosfera (4). Gases que permanecerán allí por mucho tiempo, ya que cada molécula que alcanza las capas altas de la atmosfera permanecerá allí cerca de un siglo. Lo que significa que el calentamiento que estamos experimentando en este momento procede de las moléculas acumuladas desde principios del 1900. Dado su capacidad acumulativa, el incremento de temperatura que experimentamos hoy en día proviene mayormente de las emisiones extra de CO2 realizadas hace 30 años. Con lo cual se deduce que todavía no hemos llegado a experimentar todo el calor proveniente de todos los gases almacenados allá arriba en este momento.
Los humanos no solo hemos sobreexplotado los recursos energéticos fósiles, los hemos quemado y mandado de vuelta a la atmosfera, también arrasamos bosques para crear pastos y ciudades que junto con los océanos ayudan a regular la cantidad de CO2 de la atmósfera (de momento). Estos últimos aumentando su acidez en detrimento de su biodiversidad y disminuyendo así su capacidad de absorción de más CO2. Hemos desviado y secado cursos enteros de ríos para construir pantanos que nos proporcionan agua y energía. Construido miles de hectáreas de invernaderos que liberan nitratos que contaminan la desembocadura de ríos. Hemos excavado montañas enteras destruyendo ecosistemas para construir canteras, autopistas y carreteras. Realizado vertidos contaminantes al mar. Generado miles de toneladas de basura espacial que tenemos dando vueltas alrededor de la Tierra. Destruido costas y comido terreno al mar. Más que nada cabe preguntarse qué no hemos hecho. Lo paradójico de todo esto es que precisamente los países del tercer mundo que prácticamente no han llevado su parte del pastel ni ha contribuido a estos cambios estén siendo los primeros en sufrir las consecuencias.
Tenemos buena constancia de que la Tierra a lo largo de su historia ha sufrido repetidamente cambios climáticos naturales de los que, tal vez algunos millones de años más tarde, pero siempre se ha recuperado. No podemos decir lo mismo de los miles de especies que se extinguieron como consecuencia, haciendo incluso peligrar, en cierto momento, la permanencia de la vida en la Tierra (ver artículos de extinciones en esta misma sección). Lógicamente el panorama ha cambiado porque ahora tan solo somos casi 7,000 millones de personas!, cuya supervivencia y estabilidad económica, en el mejor de los casos, pende de un hilo globalizador bastante delicado como desgraciadamente nos hemos percatado con la recesión económica de los últimos años.
Por ponerlo de otra manera, precisamente porque sabemos que los bosques se incendiaron hace miles de años, y aún se incendian, por la caída de rayos durante una tormenta eléctrica (causa natural) hemos de evitar que además miles de domingueros insensatos armados con cerillas y carbón olviden su barbacoa encendida en pleno bosque (causa antropogénica).
Si no actuamos rápido nuestros buenos o malos meritos pasarán a la historia, pero no habrá nadie para leerla. Quizás algún geólogo alienígena despistado que por aquí pase se pregunte qué significa esta fina capa negra plagada de organismos fósiles y cenizas.
SCC
Bibliografía
(1)Doughty, C. E., A. Wolf, and C. B. Field (2010), Biophysical feedbacks between the Pleistocene megafauna extinction and climate: The first human-induced global warming?, Geophys. Res. Lett., 37, L15703, doi:10.1029/2010GL043985.
(2)Clark, R. T., J. M. Murphy, and S. J. Brown (2010), Do global warming targets limit heatwave risk?, Geophys. Res. Lett.,37, doi:10.1029/2010GL043898.
(3)Diffenbaugh, N. S., and M. Ashfaq (2010), Intensification of hot extremes in the United States, Geophys. Res. Lett., 37, L15701, doi:10.1029/2010GL043888.

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